Trozos de pensamiento que caen
uno a uno como lágrimas en un pañuelo. Como lágrimas que nunca derramaste por
temor a perder el tiempo entre vivencias. Por perderlo en un lugar inalcanzable
al que ni los más atrevidos puedan llegar jamás.
El tiempo encalla en el fondo del
este mar que te traga poco a poco y no sabes cómo salir, ni si esta vez hallarás
alguien que te lance un salvavidas, o te de un beso con oxígeno que te provea
de esos preciados segundos de reflexión. A nadie le dio nunca tanto miedo estar
a solas con su conciencia, ni lo necesitó tanto, ni significaría nunca una vía
de escape tanto como para ti.
Incluso a veces, con la cabeza
enterrada entre los brazos, y el miedo a la autocompasión tan latente, no
puedes evitar ese punto de dramatismo del que tanto te empeñas en huir. Nadie
escapa de lo que es, nadie se esconde de sus rasgos más odiosos. Nadie es nadie
por casualidad.
Hasta las más firmes creencias
pueden resquebrajarse por un momento de duda, y como en una mina, aprovechando
esas grietas, se puede extraer la piedra más bella.
1 comentario:
Eh, yo te lanzo los salvavidas que hagan falta.
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