Anoche soñé contigo. Que llegaba el día y volvíamos a vernos. Que mis manos buscaban las tuyas y las apretaban bien fuerte. Que mis ojos satisfacían su necesidad de encontrar los tuyos.
Y que me quedaba frente a ti, incapaz de abrir la boca para decirte lo mucho que te he echado de menos. Incapaz de decirte por qué me fui, y mucho menos de donde saqué el valor para volver.
Me gustaría contarte muchas cosas, quizás podertelas enseñar. Demostrarte que no fue por capricho, sino más bien por casualidad. No pensé que fuera a doler tanto ni que a la larga para nosotros sería peor.
Soñé que lo entendías, que podíamos «volver a empezar», tal y como tú siempre me decías. Que no me preocupara y que todo volvería a su cauce. Que a pesar del tiempo y la distancia para ti era igual de importante, que nunca me podrías olvidar. Que me secabas las lágrimas con el dorso de la mano mientras me calmabas con un silencio consolador.
Soñé que volvías a darme paz, que volvías a traer la calma a mi. Que te tocaba los labios mientras sonreías como un idiota, como antes.
Que me picabas con la barba cuando me abrazabas para quitarme el frío de la sorpresa inicial y reía como una idiota al sentirte cálido sobre mi piel.
Y soñé y soñé hasta que el sueño trajo consigo no sólo el despertar sino también la realidad. «Porque la vida es sueño, y los sueños, sueños son»
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