miércoles, 31 de octubre de 2007
La inpiración
Es quizás cuando menos te lo esperas que llega la inspiración. En el coche de viaje, entre clase y clase, escuchando tu canción preferida… y es también cosa extraña, que es cuando intentas plasmar tus sentimientos con papel y boli cuando menos te ves capaz de hacerlo. Porque quien no ha dicho alguna vez “Quiero escribirlo, ¡pero no encuentro palabras para d-escribirlo!”. Y es que por avatares de la vida, hay que unir a la larga lista de defectos humanos el inoportunismo, o quizás la torpeza, si es que tenemos que esperar a esa tardona que nosotros llamamos inspiración. Es en verdad un ser huidizo (o una cosa, ya que los científicos nunca la han pillado para investigarla*) y caprichoso, que viene y se va como a ella se le antoja, sin dar explicaciones (¡parece un hombre!*) y nos deja con el buen sabor de boca de haber tenido otra buena idea. Es reflexionando sobre este tema que te das cuenta de cosas en las que no habías reparado nunca y empiezas a filosofar y a darle vueltas a la cabeza y de repente… ahí está, ha vuelto. La inspiración. Tu cabeza gira a mil por hora y las palabras se agolpan en tu mente hilando frases que conectadas unas a otras… parece que quieren decir algo, o quizás nada. Lo importante es que al fin has conseguido sacar de ti lo que realmente sientes, y en ese ahora y en ese ya, te sientes la persona más realizada sobre la faz de la tierra.
martes, 30 de octubre de 2007
La pena
La pena no desaparece. Yo creo que es lo único con esa capacidad. El amor se acaba, la confianza se pierde, la alegría se apaga, la felicidad no es para siempre y no hay mal que cien años dure ¿no? Te acuerdas de tu primera mascota y ahí está, de tu último novio y ella vuelve, incluso piensas en la verdura que hay para comer y te entra la pena.
De la que ahora hablo no es esa tan frívola. De la que ahora hablo es la cara menos graciosa de la pena, cuando pasan cosas. Cosas que no quieres pensar nunca, pero que planea sobre nosotros desde el primer día de existencia. Si, hablo de muerte, y de la pena que produce a su alrededor. Es un sentimiento que te invade desde dentro, que te crea ese famoso agujero en el pecho. Sientes que sus bordes arden y están helados a la vez, y te pones a llorar, da igual solo que acompañado y simplemente te da igual cuando. Sientes que te absorbes a ti mismo desde el mismo centro de tu ser, y solo quieres que estar solo y hacer lo imposible para cerrar el hueco. Piensas que ese es el hueco que llenaba la persona que se ha ido, y ríes, ríes por los momentos felices que pasaste con esa persona, quizá fueron pocos, quizá demasiados, pero únicos, ninguno parecido al otro, ni al de mas allá. Los guardas con llave dentro de ti, como el mayor tesoro… como lo que son, lo más preciado que tienes de esa persona.
Cuando estas así, así de catatónico perdido, los que peor lo pasan son los de alrededor, gente que te entiende, y gente que no, pero que te quieren tanto, que les da igual si quieres estar solo, que te acompañan y te impiden encogerte para evitar que te sigas autoabsorviendo. Es la gente que no dice nada, que se sienta contigo, te mira y solo te mira, no dice nada porque no hay nada que decir, los comentarios sobran. Comentarios como “como lo siento por ti” o “son cosas que pasan, la vida sigue” están tan absoluta y desesperadamente fuera de lugar, como un saco de harina en una fábrica de coches. Las personas que realmente te quieren hablan de su vida, de su nuevo corte de pelo, de lo que hizo alguien en las fiestas de Matapolsaco del Pajar y de lo libertina que es la vecina del octavo.
La pena es algo inexplorado, es un sentimiento que nadie entiende, porque viene y se va, como tantas otras en la vida, sin seguir una lógica aparente, pero que nunca desaparece. Nada ayuda a superarla, solo el tiempo la hace venir con menos frecuencia, aunque vuelva después. A mí personalmente, lo único que me ha ayudado a pasar los malos tragos es una mentira preciosa, muy útil en casos así, pero una mentira: La pena se pasa, mal, pero se pasa.
De la que ahora hablo no es esa tan frívola. De la que ahora hablo es la cara menos graciosa de la pena, cuando pasan cosas. Cosas que no quieres pensar nunca, pero que planea sobre nosotros desde el primer día de existencia. Si, hablo de muerte, y de la pena que produce a su alrededor. Es un sentimiento que te invade desde dentro, que te crea ese famoso agujero en el pecho. Sientes que sus bordes arden y están helados a la vez, y te pones a llorar, da igual solo que acompañado y simplemente te da igual cuando. Sientes que te absorbes a ti mismo desde el mismo centro de tu ser, y solo quieres que estar solo y hacer lo imposible para cerrar el hueco. Piensas que ese es el hueco que llenaba la persona que se ha ido, y ríes, ríes por los momentos felices que pasaste con esa persona, quizá fueron pocos, quizá demasiados, pero únicos, ninguno parecido al otro, ni al de mas allá. Los guardas con llave dentro de ti, como el mayor tesoro… como lo que son, lo más preciado que tienes de esa persona.
Cuando estas así, así de catatónico perdido, los que peor lo pasan son los de alrededor, gente que te entiende, y gente que no, pero que te quieren tanto, que les da igual si quieres estar solo, que te acompañan y te impiden encogerte para evitar que te sigas autoabsorviendo. Es la gente que no dice nada, que se sienta contigo, te mira y solo te mira, no dice nada porque no hay nada que decir, los comentarios sobran. Comentarios como “como lo siento por ti” o “son cosas que pasan, la vida sigue” están tan absoluta y desesperadamente fuera de lugar, como un saco de harina en una fábrica de coches. Las personas que realmente te quieren hablan de su vida, de su nuevo corte de pelo, de lo que hizo alguien en las fiestas de Matapolsaco del Pajar y de lo libertina que es la vecina del octavo.
La pena es algo inexplorado, es un sentimiento que nadie entiende, porque viene y se va, como tantas otras en la vida, sin seguir una lógica aparente, pero que nunca desaparece. Nada ayuda a superarla, solo el tiempo la hace venir con menos frecuencia, aunque vuelva después. A mí personalmente, lo único que me ha ayudado a pasar los malos tragos es una mentira preciosa, muy útil en casos así, pero una mentira: La pena se pasa, mal, pero se pasa.
Le voy a olvidar
- Le voy a olvidar.
- ¿Tu crees?
- Sí, estoy segura.
- ¿Cuándo has llegado a esa conclusión? ¡Ayer querías cruzar medio país para irte con él!
- Bueno… se podría decir que lo he pensado mejor… ¡y también he revisado mejor el estado de mi cartera!
- ¿Entonces dejaras al amor de tu vida por unos cochinos euros?
- No es el amor de mi vida, es un tonto que se encaprichó de otra tonta.
- Aun por capricho, no compares el valor del dinero con el del amor.
- Tampoco era para tanto… ¡hasta mi dinero vale más que él!
- Cielo, hasta el dinero del Monopoli vale más que cualquier hombre…
- ¿Tu crees?
- Sí, estoy segura.
- ¿Cuándo has llegado a esa conclusión? ¡Ayer querías cruzar medio país para irte con él!
- Bueno… se podría decir que lo he pensado mejor… ¡y también he revisado mejor el estado de mi cartera!
- ¿Entonces dejaras al amor de tu vida por unos cochinos euros?
- No es el amor de mi vida, es un tonto que se encaprichó de otra tonta.
- Aun por capricho, no compares el valor del dinero con el del amor.
- Tampoco era para tanto… ¡hasta mi dinero vale más que él!
- Cielo, hasta el dinero del Monopoli vale más que cualquier hombre…
Suscribirse a:
Entradas (Atom)