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sábado, 6 de febrero de 2010

Rosas

Un día conocí una rosa. No era una rosa bonita, y desde luego no era una rosa olorosa, pero era un capullito que se rompería al viento, así que me lo llevé a casa. Lo puse en agua y le di sol. Esperé algún tiempo, pero mi rosa no mejoraba. Estaba mustia, se le caían las hojas cada poco. Pero yo la seguía cuidando, la tenía en el lugar más bonito de mi casa. Le hablaba, le cantaba y le contaba mis cosas. Un día dejó de empeorar, y le salió el color. Era una rosa blanca, sin muchos pétalos, de un blanco mustio y de pétalos quebradizos, pero era mi rosa. Ella siguió fortaleciéndose, haciéndose más blanca día a día, mas fuerte rayo a rayo de sol. Una tarde al llegar fui a ver a mi rosa. Estaba resplandeciente junto a la ventana, con su tallo esbelto, sus hojas finas, y unas espinas que no cortaban. Cuando la fui a cambiar de sitio, aprecié que una de sus hojas se estaba rompiendo en un extremo, asique con una tijera y mucho amor, recorte el trozo quebrado para que pudiera crecer de nuevo su hoja. Al día siguiente fui a buscar a mi rosa, pero no la encontré. No estaba en la repisa y no estaba junto a la ventana. Busqué y busque por todos lados, pero mi rosa no apareció. Un rato más tarde, mientras seguía buscando, vi agua en el suelo, debajo de la mesa. Cogí una servilleta y la puse allí. El papel absorbió demasiada agua, asique me agache para ver de dónde salía tanto liquido. Me quede lívida al ver un jarrón de cristal roto debajo de la mesa, y a mi rosa debajo de los pedazos de cristal. Su tallo estaba partido, y sus hojas esparcidas por el suelo. La recogí con amor y me puse a llorar. Mi rosa se había ido, y ya no la volvería a ver. Pensé que se me hundía el ánimo. Había perdido una amiga, un ser querido que yo cuidaba con devoción, y sin más se había ido. Pero yo había sido feliz mirando por ella, y eso me consoló. Aun no la he borrado de mi corazón, y eso me ha hecho ser como soy, por eso te deseo que algún día, tu también conozcas una rosa y la quieras como yo.

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